La nostalgia de Mompox

¡Qué triste es recordar la opulencia en los años de miseria! Que fuimos opulentos es cosa que no puede diferirse a duda, y que la ciudad de Mompox (Bolívar) fue una de las más ricas del Nuevo Reino de Granada es hecho cierto, como lo asevera la historia. (Texto de Erasmo Mompoxinense).


El destino de la isla de Mompox está en un cuadro pintado por doña Cecilia Jiménez, la señora de 70 años que administró durante dos décadas el archivo histórico de la ciudad. En el lienzo, colgado en la sala de su casona, se ve una mujer de luto sentada a la orilla de un río, cubriéndose el rostro con las manos, cargando la bandera roja de Mompox en las piernas.
—Esa es Mompox adolorida, llorando su suerte —dice la señora, que tuvo que abandonar el trabajo que tanto amaba a causa de una neumonía. Su cuerpo no resistía tanto polvo ni tantos ácaros ni tanta historia resguardada en ese cuartico que era el archivo de la ciudad, le dijo el doctor. Ella obedeció y renunció.
Doña Cecilia está sentada en una mecedora en la sala de su casa grande y antigua, de tantas puertas y columnas, de muebles viejos, de una habitación que es su archivo personal y su cuarto de pintura. Está sentada diciendo “yo conocí a Mompox en decadencia, cuando todo el mundo estaba adolorido de ver cómo iba cambiando la ciudad”.
La ciudad que en los años de la colonia española era el centro del comercio y la reina del contrabando. La ciudad por la que se paseaba el oro proveniente de Antioquia y Chocó. La primera ciudad del Virreinato de la Nueva Granada en declarar la independencia absoluta de España (6 de agosto de 1810). La ciudad que había sido poblada por las familias más prestantes de Cartagena y Barranquilla, como cuenta doña Cecilia, sentada en la mecedora, vestida de jean, camisa azul de seda y tenis; lleva el pelo corto, labios rojos, cuatro manillas en su mano izquierda y una pulsera de filigrana en el derecho.
—Esas familias llegaron aquí huyendo de los piratas que tenían azotada a Cartagena. Y aquí estaban también las familias de los descendientes de la colonia. Todo era riqueza y abundancia hasta que el río les jugó una mala pasada.
Fue el gran río Magdalena, que a la altura de la isla se abre en dos brazos: Mompox y Loba. El río, que en el brazo de Mompox —el más importante puerto de comercio—, “por cuestiones de la naturaleza” empezó a perder el caudal y a sedimentarse, lo que hizo imposible que las grandes embarcaciones de antaño lo navegaran.
Se fue el comercio. Se fue el esplendor. Se fueron los años de riqueza y gloria para Mompox, la ciudad de casas lujosas vestidas con ornamentos y muebles europeos, la ciudad de las puertas abiertas y los pianos en las salas de las casas. Fue en la primera década del siglo XX cuando Mompox empezó a escribir su caída, su olvido.
En otra mecedora está el hijo de la señora Cecilia, José Francisco Silva Jiménez. Él —como su madre, como don Edgardo Jiménez (primo de Cecilia), quien también está sentado en la sala— reconoce con un dejo de nostalgia que Mompox se quedó anclada en el tiempo, rezagada. Pero dice que quizás ese accidente de la naturaleza, “cuando el río abandonó a Mompox”, obligó a la ciudad a conservar sus viejas costumbres —como la celebración de la Semana Santa, sagrada para los mompoxinos— y a mantener su arquitectura original por cientos de años. Quizá fue aquel incidente del río el que le permitiría años más tarde a la isla convertirse en Monumento Nacional (1959) y en Patrimonio Histórico de la Humanidad (1995).
En cambio, lo que no se le puede atribuir al percance del río es el abandono de los gobernantes; la corrupción que le ha arrebatado dinero a la modernización de l alcantarillado, a la pavimentación de las calles, a la restauración de las casonas que están agonizantes, a las vías de acceso al municipio (está a seis largas horas de Cartagena).
—Vaya y dígale a la gente que venga a Mompox, antes de que desaparezca —dice la señora Cecilia, impasible.

Del esplendor al ocaso
Esta Nota es redactada por CAROLINA GUTIERREZ; Periodista del diario Colombiano EL ESPECTADOR.
cgutierrez@elespectador.com

1 comentarios:

DUVERNEY ARDILA GERMAN DE RIBON dijo...

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